Me miro en el espejo y veo mis ojos, son marrones oscuros, me observo detenidamente como si mi reflejo fuese un tipo extraño, alguien que también me mira y nos miramos ambos fijamente, me separo de él, lo dejo independiente, somos dos personas diferentes, ajenas, yo pienso: quien en este pobre hombre, tan desbaratado, aporreado, abandonado, mira sus orejas, mira sus cachetes, mira su pelo, su cabeza, mira sus pensamientos, que cejas tan baratas, tan acaparados de soledad, mira su mirada, que feos labios, que feo su boca e imperdonable su nariz, respira lento, como si le cobraran impuestos por hacerlo y le falta dinero, no querrá ser un evasor de impuestos algún día, ese día seria cuando muera y en su funeral tendrá tanta deuda que el olvido será su gratificación por haber vivido.
He tomado dos tazas de café, no quiero dormir, no tengo sueño, saldré a caminar cuando termine de escribir esta cursilería. La noche es tan fría como una nevera a vapor, el abrigo parece escamas de bajo precio, a esta hora todos tan atentos con sus programas favoritos de tv, las casas cerradas, las ventanas con luz encendida, la noche empieza desafiante, siempre he dicho que la noche es para quienes se lo merecen, el día es para los que necesitan la luz de todos, la noche es para quienes andan con su propia luz e iluminan su camino improviso.
Vivo en una habitación en arriendo, la pagan mis padres, pobre de mí, la pagan mis padres. Tengo una cama barata, un colchón duro como una pepa gigante de durazno, hoy me he echado toda la tarde en mi inmensa pepa de durazno, pensaba y me preguntaba si esto se llamaba vida, no sé, acostarse con una guitarra, tocaba algunas melodías y me quede dormido en una siesta profunda, repentina. Despierto y el computador siempre está ahí, el televisor también está ahí, el ropero, los cuadernos de garabatos y los libros, todos tienen su lugar y su función, yo soy un ser humano y estoy aquí, ¿Cuál es mi función?—se lo pregunte a alguien y me mando a dormir, que importa—¿mi función es caminar a la universidad?, ¿Escuchar horas de clases, reír con los amigos escasos, caminar callado, caminar despeinado, leer un libro a solas sin compartirlo como si estos estuviesen hecho solo para mí, escribir como un perro egoísta, almorzar e ir a cagar al baño, dormir y despertar, trabajar por necesidad, contentarse con lo que podemos alcanzar hipotéticamente?.
Cuando tuve trece años trabaje ilegalmente y no tuve un sueldo, a esa edad se les llama propinas, trabaje porque me parecía divertido recibir propinas a cambio de hacer algo, todos decían, buen chico, que será cuando sea grande, que niño tan avispado, pero, lo cierto es que a esa edad todos somos niños avispados. Mis padres nunca me obligaron a trabajar, hasta ahora que estoy cerca a los veintiuno, mis padres no me andan hincando con esa espina del trabajo por la espalda y no significa que no trabaje, lo cierto es que siempre trabajo cuando me nazca hacerlo, trabajo por voluntad propia, me siento más liberal y tenue, si me obligaran hacerlo presiento que mi vida sería aún más fastidiosa y empalagosa de lo que es ahora, lo cierto es que por ahora no trabajo, no lo necesito, tengo lo básico a mi alcance, no tengo lujos, tampoco lo necesito, duermo hasta el mediodía, escribo, me alimento y defeco saludablemente, es tan sencillo, tal vez haga cosas nuevas en el lapso de mi vida, de hecho no me sorprenderá y me seguiré preguntando si a esto se le llama vida realmente.
El espejo siempre estuvo apto y dispuesto a reflejar mis ideas personales, a decirme y a escuchar mis fanfarrias de filosofías baratas, su función es darme a mí para mí, hacerme ver mi propio rostro, mi propio cuerpo y mi personalidad, el espejo hace el trabajo de las personas que siempre te miran. Los vasos impensados de café que terminaron en mi mesa luego en mi organismo hacen que sea mía la noche y son motivo para caminar y a pensar en algo más que mirarme y despreciarme. Sé que debo trabajar, ¿seguiré pensando que todo debe darse de acuerdo a mi voluntad?, quiero ser ese joven avispado e inteligente, debo compartir mis libros, debo dejar de escribir demasiado sobre mí, no debo ser un perro egoísta, debo de dejar de
preguntarme si acaso todavía es temprano o es tarde para vivir, la duda me escamotea y no lo puedo evitar—¿eso es vivir?—o es que realmente soy un evasor de impuestos y en mi funeral me cobraran por vivir y me gratificarán con el olvido.
5 de octubre de 2013
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