21 de octubre de 2013

Al diablo las banderas

Está ocurriendo un hecho desastroso en un campo de batalla, es un mismo infierno, hay miles de soldados, hay humo y polvo de tierra en todo el ambiente, se huele a pólvora y a sangre cuajada, se escuchan disparos, gritos; se ve sangre, cadáveres, heridos; hay ametralladoras, gra-nadas, casquillos de balas cayendo en cámara lenta, hay una tropa de soldados, hay otra tropa de soldados. Es una guerra entre los países A y B, aunque A haya eliminado miles de soldados de B y viceversa, nada parece ser favorable para ambos, esta era una disputa muy reñida, nadie parecía ganar, nadie parecía perder.

Entre ese manglar de cuerpos desechos, casi veinte minutos después, los disparos empezaron a bajar la fiebre de la emboscada, parecía que la tregua empezaba por fin acercarse, sin embargo seguían oyéndose todavía algunas ametralladoras, eran los de Terry del país A y William del país B, sus tropas los habían abandonado, los dos estaban separados por un pequeño morro y una trinchera, todos en absolutos se habían marchado, ambos eran sin duda solados entrenados para matar al enemigo y si daba la oportunidad de verse ambos, ambos iban a dispararse o acribillarse o lanzarse una granada, uno de ellos tenía que perder.

Terry y William se siguen disparando, no se llegan a dar en ningún momento, ya no hay nadie en el campo de batalla, raramente están solos, pero siguen batallando, es un enfrentamiento por honor a sus patrias. Terry lanza una granada hacia William, William se las devuelve antes que explote, esta explota en el aire, William se arrima un poco más al pequeño morro que los separa, alza su ametralladora y dispara contra Terry, es inútil, ambos están bien posicionados, William alista su bayoneta, no tiene de otra, en algún momento tendrán que enfrentarse cara cara, pero siguen disparándose, las municiones parecen nunca acabar, ambos siguen con sus cascos, están sudando y están despavoridos y desesperados, no se pueden ir, no pueden abandonar el campo de batalla, aunque estúpidamente estén solos, pero son soldados, tienen mente de soldado, su psicología es matar.

Ya han pasado dieciocho minutos, no se pueden hablar, aunque ya no hay disparos, no hay más chasquidos letales de ametralladoras, Terry piensa que su contendor ya se ha marchado, William también quiere pensar que su contrincante se ha marchado, el silencio sería una buena señal para que ambos dejen de dispararse, que queden silenciados, que se comprendieran instintiva-mente y se fueran cada quien por doquier, ahí se acabaría la situación, es lo que ambos están pensando en el peor de los casos, pero algo inesperado ocurre, William de lo que estaba echado al otro lado del morro, se ha puesto de pie, con su alma de guerrero, con el arma bien cargada y ha decidido caminar sigilosamente, con el dedo en gatillo para cualquier movimiento listo a disparar, se acerca hacia la posición de Terry, no quiere temblar, mientras Terry aunque no pa-rezca también está atento a cualquier movimiento extraño, pero sigue echado bajo la trinchera, de pronto la desesperación lo descontrola y decide salir, se pone de pie desafiante y en un ins-tante mutuamente se disparan, William le dispara en el brazo, al mismo tiempo Terry le disparó en la pierna izquierda, los dos caen como botellas de Coca-Cola, gritan, de todas las formas gritan porque les duele, y ambos han vuelto a estar en la misma situación, aunque ahora heridos pero separados por un pequeño morro y una trinchera.

Terry piensa con su mano bañada de sangre tapándose la herida de bala, porque no me disparó a morir, porque no lo disparé en pecho o en la cabeza, estúpidamente ambos están pensando los mismo.

— ¿sabes? ¡Acabemos con esto de una vez por todas soldado!—grita William—haciéndose un torniquete para no desangrar.


— ¡Porque no me disparaste en el pecho!—pregunta Terry después de un largo silencio. Ambos no confiaban en nada del otro, eran de diferentes países, estaba en guerra. Alguien tenía que morir, lo sabían desde el inicio.

— ¡Porque escogiste mi pierna izquierda! —Grita William—al otro lado del pequeño morro que los separa.

— ¡Acabemos con esto! — dice Terry.

— ¡Que piensa hacer!

— ¿Te enseñaron a pelear sin armas?

— ¡¡te volare los sesos maldito idiota!!

— ¡mi nombre es Terry, no soy idiota! ¡Idiota!

— ¡no me interesa tu nombre, estoy herido de pierna, no puedo ponerme de pie!—

— ¡Entonces debo decirte hombre herido que yo también tengo tu bala en mi hombro! y ya deja de llorar.

—Mi nombre es William.

—Ya no me interesa tu nombre, hace un rato me interesaba.

—porque te abandonaron tus compañeros de tropa—Dice William—mientras prende un ciga-rrillo, ya casi tranquilo.

— ¿Acaso tú no estás solo? —Responde Terry—. Mientras William con el cigarrillo y Terry con su goma de mascar, ya habían fallado en el instante, ya habían tenido la oportunidad dar por culminado tal citación y no lo hicieron, sabían que estaban traicionando a sus patrias. Ambos están charlando.

Aunque empezaron una charla precoz, ambos no se tienen confianza, era de esperar, nadie con-fía en el enemigo, ambos están siendo duros, el espíritu de soldado no los abandona, por lealtad, uno dice querer pelear, el otro dice querer disparar, pero en el fondo nadie quiere morir ni salir más lastimado de lo que están.

Después de casi cuarenta y cinco minutos, después de estar batallando, ambos empiezan a pla-ticar de ellos, como si ambos quisieran conocerse, hasta han empezado a reírse, Terry le dijo a William que tiene una hija de trece años, estudia en una buen colegio y William le dijo que es soltero pero su madre la espera en casa, Se han vuelto personas sentimentales, confidentes fugaces con uniformes diferentes, se habían olvidado del porque estaban en ahí, en el campo de batalla disparándose a morir, para hablar de ellos sin mirarse a la cara, separados por pe-queño morro y una trinchera, la es plática amena.

—… y jugábamos bingo los días domingos—recalca William—le estaba contando que antes que muera su hermano con síndrome de Down, toda su familia juga bingo los días domingos, su hermano era la única razón de unión.

— ¿Te gusta el futbol? —Pregunta Terry— sigue mascando su chicle.

—mirar si, jugar no.

—bueno.

—Sabes, ya me dio hambre, que tal sin nos vamos cada quien por su lado, no habrá problemas—Propone William—

—Porque confías en que no te volare la cabeza—

—porque sé que no lo aras.

—Es cierto— responde Terry. Todo estaba a punto de terminar, de la mejor manera, son huma-nos, tienen vida, tienen familia, tienen sueños.

Aunque paso diez minutos más después de la propuesta para poder verse los rostros—porque desconfiaba mucho uno del otro—por fin llegaron a un acuerdo, sin duda no pelearon más, ni se acribillaron, solo se iba a marchar cada quien por doquier, pero conversaron más, se hicieron amigos improvisos, se sentaron bajo un árbol seco, entre los miles de cuerpos muertos, campo ensangrentado, platicaron, bebieron juntos, rieron, nadie sabía que hacer después, no querían saberlo, en algún momento tenían que decirse adiós. Ya habían hecho mucho con conversar, con hacerse amigos, lo inútil seria que se vayan juntos, pero a donde, estaban en un campo de batalla, muy lejos de sus lugares.

Cuando por fin se acabaron sus pláticas, alguien tenía que decir adiós, hasta aquí llego esto, nadie lo sabrá y lo dijo Terry.

—Creo que es hora de despedirse—

—Tienes razón, donde iras—pregunta William, con la mirada perdida.

—Supongo que a comer gusanos y a sobrevivir, hasta dar con mi batallón—responde Terry. Am-bos iban a hacer eso, era lo que tenían que hacer, irse del lugar olvidar todo y a buscar sus tropas, a sobrevivir. Pero no, Terry le ofreció para que se marcharan juntos hasta un próximo lugar, un pueblo cercano a unas cinco millas, a William le gustó la idea, no dudaron, será imposible man-tener la amistad en esos tiempos, pero se fueron hasta el lugar, comieron juntos y se despidie-ron, prometieron verse después de la guerra, ojala fuera una realidad aquel encuentro.

—Debí matarte—dice William sarcásticamente—

—Yo debí envenenarte en la bebida—agrega Terry. Se dan apretón de manos, se abrazan y se marcha cada quien por doquier, ‘Al diablo con las banderas’, piensan ambos.

13 de octubre de 2013

Historias de bar

Esta madrugada una vez más salí corriendo del asqueroso y maloliente bar de donde siempre salgo todos los domingos, con mi chaqueta negra, sucia, vieja y mi cabello crecido y algo maltratado, que importa, caminaba por la calle fría, fumaba un cigarrillo barato, no tengo mucho dinero, no es que no tenga, andaba en eso estos días.

Mi hermana es estilista, tiene dos salones pero yo no existo para ella, la última vez que existí y me abrió las puertas de su vida y se perdieron sus plan-chas y secadoras de su departamento, de hecho necesitaba dinero, siempre lo necesito, todos lo necesitan, no es para tanto hermanita, no es para tanto, perdón.

Lo que sé es que me siento orgulloso de ella, y también orgulloso de que ella no sienta ni orgullo ni lastima ni nada por mí, vive feliz, tiene un depar-tamento de lujo, un auto, un marido, dos hijas y son motivos suficientes para vivir y puede morirse tranquila, no la tengo envidia. Yo vivo con Julián, un viejo gringo que se vino de Norteamérica, porque su esposa lo de-mando por asesinar a su suegra, que importa que haya matado a esa vieja de mierda, seguro que era como la mayoría de las suegras del mundo, jodevidas, esas suegras petulantes, pero, yo no tengo suegra.

En realidad yo no tengo nada, mis padres murieron hace quince años, yo tengo veintiocho y mi hermana treinta y ocho, lo único que tengo es al gringo y un par de amigos en el bar que son Robin y Roco, lo único que hacen estos tipos es beber, beber, sexo, regué y rock, a veces los odio porque siento que por sus culpas sigo aquí sin ser nada carajo, por sus culpas soy un vagabundo desamparado más, pero a veces nos reímos y me pregunto ¿Qué más quiero?, tengo amigos descarriados, borrachos, fracasados y sinceros, además tengo donde dormir, tengo comida y mujeres. Soy feliz.

Al gringo Julián lo conocí hace mucho tiempo, cuando mis viejos murieron en el accidente de un tren que iba al Machu Picchu, era como las ocho de la mañana, la lluvia no había parado desde un día antes, por eso se derrumbó un trozo de cerro y descarriló el tren, en ahí estaban mis padres, el gringo estaba en el mismo tren y sobrevivió para contármelo, me dijo que no tenía que ser identificado, porque pudo haber sido deportado, luego encarcelado para siempre en su país, así es que cogió una mochila cualquiera y fugó con el rostro en-sangrentado y la pierna fracturada. Días después el gringo se enteró por las noticias que la mochila era de mi papá, ahí había ropas, un álbum de fotos, algo de dinero y muchas cosas más, es por eso que vino a buscarme, no tenía donde ir, aquí unos amigos le ayudaron, borró su nombre, se puso Julián y volvió a empezar su vida.

Si trabajar se llama ayudar al gringo en su asqueroso y maloliente bar, pues entonces tra-bajo con el gringo en su asqueroso y maloliente bar, pero termino ebrio todos los sábados, el gringo también y Robin y Roco ni que hablar, lo bueno es que el gringo es inteligente, tiene a varios trabajando para él, no tiene pierde en su negocio y le va bien, de hecho me mantiene por eso le debo bastante, siempre dice que ya no es tiempo de andar con la moda de los ochentas, con pulseras, collares, ropa negra, cabello largo, rock and roll y la puta-madre, sino, es el tiempo donde vale más el poder, ganar dinero y pasear por el mundo en aventuras, nos gusta la idea, nos tiene con eso desde siempre, que nos largaremos del Perú, iremos a conocer nuevos lugares, hacer una familia por ahí y morir en algún lugar después de haber recorrido el mundo. Gringo de mierda como te quiero.

Siempre uña y mugre Robin y Roco, o mejor dicho son la misma uña o mucho mejor y bien dicho son la misma mugre, siempre andan juntos, trabajan en el recolector de basura de la ciudad, se sienten orgullosos de su trabajo porque tienen sueldo mensual, orgullosos con su recibo por honorarios y la tarjeta de crédito que engorda cada treinta días. Los conocí una vez mientras descargaban desperdicios en el botadero, yo estaba dormido entre el nauseabundo basural, unos tipos me habían dado una paliza aquella vez por la culpa de una mujer, después de golpearme y desmayarme me llevaron en su auto hasta ese lugar y me abandonaron. Robin y Roco me recogieron como a una etiqueta mojada de cerveza y me llevaron a su casa, por eso Robin, Roco y yo somos amigos de basura.

Hoy por la tarde desperté con los estragos de la borrachera, con mis cachetes quemantes, ojos hinchados, mal aliento, ya sano y con una hambre de cerdo asesino, de seguro como todos los domingos el gringo iba a esperarme en el bar, para desinfectar y limpiar los es-combros, restos de la noche, Así fue, pero cuando llegué, el gringo estaba parado en el medio del bar, callado, con la mirada perdida, todo estaba vacío, sin mesas, sin espejos, sin focos, sin barra, sin tragos, sin nada en absoluto… Se me quitó la resaca y se abrieron mis ojos como las de un gato cuando le aprietan el cuello, ¡carajo! robaron el bar, ¡jodieron al gringo!, ahora sí que no soy nadie-pensé- y el gringo parecía estar asustado, yo también lo estaba, nos miramos y quedamos callados.

-Todo acabó aquí-dijo el gringo-, pero ¡qué pasó! pregunté de inmediato, -tudo acabó, no hay bar, nu tragos, nu hay nada, -agregó- con su acento de gringo hablando castellano. Pero.. ¡Podemos averiguar quién fue el quien hizo todo esto!, ¡podemos recupéralo!, ¡yo sé cómo!, -le animé- nu hay nada que hacer, tudo terminó aquí, nu podemos recuperar La Lancha—así se llamaba el bar—yo mismo lo vendí. El gringo había vendido el bar, ¡porque vendiste el bar si vivíamos de eso!-le reclamé-¿Simpre pensabas vivir así?, me pregunto el gringo-por eso es que peruanos estamos jodidos—siempre se sentía peruano—¿Nunca pensaste salir di aquí?, cumo dije simpre, tinemos que escapar de aquí. El gringo tenía razón, yo era conformista. -Ya hable con Robin y Roco, nos iremos viaje mañana a Europa,

¿vendrás con nosotros? Carajo, todos habían pensado en su futuro, todos querían en ver-dad largarse de aquí, yo no hice nada, me quede callado casi un minuto, sentía que era el hombre más estúpido del mundo. ¡No tengo dinero! no tengo nada-le dije- después de mi largo silencio y justo aparecieron Robin y Roco, con cervezas en la mano, ¡¡Listos para el largo viaje muchachos!! exclamó animoso Roco, ¿Lo tenían planeado no?, Les reclame moviendo la cabeza en vertical. -Cómo, Julián… ¿no le dijiste nada? -preguntó Robin al gringo- In eso estaba, hasta que llegaron. ¡Vamos anímate viejo! me decían Robin y Roco, mis amigos de siempre, mis amigos de basura, diciéndome ¡vamos anímate! Carajo era lo peor, sabiendo que no tengo ni un puto sol. -Ya te dije gringo, no tengo plata ni para un micro, anden no más, les deseo lo mejor-recalqué- me di media vuelta y me dirigí hacia puerta, quería salir ya de ese lugar e irme a la mierda o la ¡conchasumare!, y un paso de la puerta… -¿en serio nu vas con nosotros?, oí la voz del gringo, no lo soportaba, ¿acaso querían burlarse de mí?, ¡Carajo ya les dije!, ¡no tengo plata!, y si quieren prestarme dinero por lastima igual, no acepto, nadie me debe ni debo a nadie… ¡Abel…—por cierto me llamo Abel— no debes a nadie, pero somos amigos y yo soy quien te debo, trabajaste para mi durante años, nunca mi cobraste, ¡¡¡tengo tu dinero!!!… -exaltó el gringo-, como todo un libertador. ¡Carajo! este gringo me había dado una lección, en ese momento yo volví a nacer, se me hincho el corazón de regocijo, ¡todos gritamos de alegría!, se destaparon las cervezas y celebramos en el bar vacío por última vez esta tarde, esta tarde; antes de tomar este avión donde en estos momentos estoy sentado junto a mis amigos rumbo a Italia. Gratzi…

5 de octubre de 2013

Ese perro egoísta

Me miro en el espejo y veo mis ojos, son marrones oscuros, me observo detenidamente como si mi reflejo fuese un tipo extraño, alguien que también me mira y nos miramos ambos fijamente, me separo de él, lo dejo independiente, somos dos personas diferentes, ajenas, yo pienso: quien en este pobre hombre, tan desbaratado, aporreado, abandonado, mira sus orejas, mira sus cachetes, mira su pelo, su cabeza, mira sus pensamientos, que cejas tan baratas, tan acaparados de soledad, mira su mirada, que feos labios, que feo su boca e imperdonable su nariz, respira lento, como si le cobraran impuestos por hacerlo y le falta dinero, no querrá ser un evasor de impuestos algún día, ese día seria cuando muera y en su funeral tendrá tanta deuda que el olvido será su gratificación por haber vivido.

He tomado dos tazas de café, no quiero dormir, no tengo sueño, saldré a caminar cuando termine de escribir esta cursilería. La noche es tan fría como una nevera a vapor, el abrigo parece escamas de bajo precio, a esta hora todos tan atentos con sus programas favoritos de tv, las casas cerradas, las ventanas con luz encendida, la noche empieza desafiante, siempre he dicho que la noche es para quienes se lo merecen, el día es para los que necesitan la luz de todos, la noche es para quienes andan con su propia luz e iluminan su camino improviso.

Vivo en una habitación en arriendo, la pagan mis padres, pobre de mí, la pagan mis padres. Tengo una cama barata, un colchón duro como una pepa gigante de durazno, hoy me he echado toda la tarde en mi inmensa pepa de durazno, pensaba y me preguntaba si esto se llamaba vida, no sé, acostarse con una guitarra, tocaba algunas melodías y me quede dormido en una siesta profunda, repentina. Despierto y el computador siempre está ahí, el televisor también está ahí, el ropero, los cuadernos de garabatos y los libros, todos tienen su lugar y su función, yo soy un ser humano y estoy aquí, ¿Cuál es mi función?—se lo pregunte a alguien y me mando a dormir, que importa—¿mi función es caminar a la universidad?, ¿Escuchar horas de clases, reír con los amigos escasos, caminar callado, caminar despeinado, leer un libro a solas sin compartirlo como si estos estuviesen hecho solo para mí, escribir como un perro egoísta, almorzar e ir a cagar al baño, dormir y despertar, trabajar por necesidad, contentarse con lo que podemos alcanzar hipotéticamente?.

Cuando tuve trece años trabaje ilegalmente y no tuve un sueldo, a esa edad se les llama propinas, trabaje porque me parecía divertido recibir propinas a cambio de hacer algo, todos decían, buen chico, que será cuando sea grande, que niño tan avispado, pero, lo cierto es que a esa edad todos somos niños avispados. Mis padres nunca me obligaron a trabajar, hasta ahora que estoy cerca a los veintiuno, mis padres no me andan hincando con esa espina del trabajo por la espalda y no significa que no trabaje, lo cierto es que siempre trabajo cuando me nazca hacerlo, trabajo por voluntad propia, me siento más liberal y tenue, si me obligaran hacerlo presiento que mi vida sería aún más fastidiosa y empalagosa de lo que es ahora, lo cierto es que por ahora no trabajo, no lo necesito, tengo lo básico a mi alcance, no tengo lujos, tampoco lo necesito, duermo hasta el mediodía, escribo, me alimento y defeco saludablemente, es tan sencillo, tal vez haga cosas nuevas en el lapso de mi vida, de hecho no me sorprenderá y me seguiré preguntando si a esto se le llama vida realmente.

El espejo siempre estuvo apto y dispuesto a reflejar mis ideas personales, a decirme y a escuchar mis fanfarrias de filosofías baratas, su función es darme a mí para mí, hacerme ver mi propio rostro, mi propio cuerpo y mi personalidad, el espejo hace el trabajo de las personas que siempre te miran. Los vasos impensados de café que terminaron en mi mesa luego en mi organismo hacen que sea mía la noche y son motivo para caminar y a pensar en algo más que mirarme y despreciarme. Sé que debo trabajar, ¿seguiré pensando que todo debe darse de acuerdo a mi voluntad?, quiero ser ese joven avispado e inteligente, debo compartir mis libros, debo dejar de escribir demasiado sobre mí, no debo ser un perro egoísta, debo de dejar de

preguntarme si acaso todavía es temprano o es tarde para vivir, la duda me escamotea y no lo puedo evitar—¿eso es vivir?—o es que realmente soy un evasor de impuestos y en mi funeral me cobraran por vivir y me gratificarán con el olvido.
 
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