Yo
había tenido la gentileza de acostumbrarme a su fragante y animosa voz cuando
pronunciaba mi nombre, me decía ¡Kendy! enano cuando serás grande, hay este
pequeño cuando sea grande será obediente y buen hombre, ágil y codiciado,
siempre comentaba eso a sus amigas una y otra vez; pero lastimosamente no fue así,
tal vez ahora no soy muy ágil en los problemas ni mucho menos soy
codiciado o quizás no soy grande todavía; pero me consta recordar que siempre
me hizo sentir bien, siempre la veía en la misma esquina, sentada en un asiento
de barro achancado, a veces en la puerta de su casa-que era esa esquina-y otras
veces al frente donde llegaba los rayos y el calorcito fresco del sol cada
mañana, la gente del pueblo ya la conocía, ella siempre estaba en el mismo
lugar todos los días a cada hora y detrás de todo esto se preguntaran que hacia
una mujer alentadora en la esquina, no vaya ser una loca que ha agarrado esa
manía, no, no es así, no, no es así.
Ella
sufría de una enfermedad, nunca supe de qué se trataba ese mal, solo sé que no
podía caminar, su esposo era un buen hombre, a pesar de su enfermedad siempre
la siguió amando como a ninguna, él le sacaba entre sus brazos a fuera a esa
esquina donde siempre estaba, una vez, le compro una silla de ruedas para poder
ir a otros lugares, recorrer sitios, por donde alguna vez una entusiasmada y
angustiada muchacha podía correr con los cabellos sueltos y largos, sonriente y
menuda, sencilla, angelical, enamoradiza. Nunca vi que se aborrecían de ella,
sus hijas-que no recuerdo cuantas- frecuentemente la acompañaban siempre a
todas partes, a las fiestas del pueblo, de otros pueblos, en las tardes los
muchachitos deportistas utilizaban de canchita de futbol la plazuela junto a
esa esquina, los vecinos le acompañaban también, yo era niño esos tiempo apenas
sostenía 10 u 11 años sobre mí, es cierto no me gustaba el futbol pero tenía
una bicicleta de 21 cambios y salía a dar vueltas para sustentar mi infancia,
debía de tener infancia.
Yo
la veía con mi cara de inocente niño, la veía carcajear alegre, escuchaba que
hablaban de esas típicas charlas picarescas que se daban esos tiempos y hacían
inolvidable a esos detalles. Cuando los tiempos cambiaron y ya yo utilizaba
zapatos de talla 38 39, el mundo ya había sufrido metamorfosis el pueblo ya no
era muy habitada los vecinos en-regocijados tomaban otra casa en la ciudad como
la casa principal y la del pueblo pues era como las casa de campo, los niños ya
no jugaban en la plazuela, esos gritos que salía entre polvo de tierra y sudor
en los partidos de futbol se había disipado, pero lo que no había cambiado era
ella, ella seguía con el mismo aliento: Kendy! Como has crecido hijito, ya eres
todo un hombre, tienes zapatos grandes y la voz más gruesa, ¿ya tienes una
novia? Decía ella con la voz armonios, apaciguada y sobre todo como si fuera
recitando un poema de ‘aliento’, Yo sí, recuerdo que a esas fechas cuando tenía
quince años si tenía enamorada, la primera claro.
Yo
me preguntaba que paso con el pueblo sencillo, donde está la alegría de antes,
veía perros chuscos paseando por la esquina y moscas chirreando, Pero había
algo rescatable dentro del contexto el cual se me había presentado, algo muy
curioso e interesante, yo ya no andaba con una bicicleta de 21 cambios, ahora
andaba con una motocicleta marca Senda 250 y pare en la esquina para charlar
con ella, hacía tiempo que no la veía, de pronto alguien paso y le dijo: “Como
esta doña Dionica, buen día para usted, mi compadre Alberto no ha llegado a
casa y me tengo que ir a la ciudad, si lo viera llegar por favor, por favor
dígale que no olvide echar la comida a las aves ”, Ella en cierto modo ya se
había acostumbrado a guardar recados, se había convertido en una gestora, en un
medio de comunicación especie de mensajera, pero nunca dejo la sencillez, ya
pintaba arrugas su carita ángel, sonriente y chimuela poco despeinada.
La
última vez que la vi fue hace un año, jamás dejo la esquina, era como su casa,
su casa era el asiento achancado de barro, la plazuela y el pueblo, seguía
recibiendo recados, cuando me acerque a ella; Bien alegre ella me decía:
¡Kendy! Mírate nada mas ahora si eres muy grande, te vi muy pequeño como a un
grano de trigo y te as convertido en todo un galán, es cierto, con razón estoy
envejeciendo, mírame soy la vieja que te vio crecer y has caminado tanto que
pudiste darle vuelta al mundo y yo siglo clavada en este obsceno lugarcillo de
soledad, cuéntame como estas, donde estas estudiando, que es de tus padres
cuéntame ¿cuándo volverás de nuevo?, que mágica doña Dioni, siempre con la
misma voz y su misma expresión, sus gestos sinceros. Después de una larga charla
la deje sentada, mientras me alejaba el pueblo se hacía pequeño y crecía en
sentimiento, una dócil y hermosa mujer de avanzada edad con un bastón de madera
fina junto a su ventana, su vestido colorido y opacado, sus ojos en frunces
agitadas con el tiempo, le dije adiós.
De
hecho debí volver a verla siempre angustiado, esperando sus loas de ánimos,
¡Kendy! Hijo mío, esos ánimos inmensos que hacen de tu personalidad una cuna de
seda o paja que conforta tus sentidos, tu tranquilidad, siempre hay personas
que estiman tu prudencia, tu amistad, Pero ha los 19 años cuando fui a buscarla
ya no la encontré, cuando pregunte qué había pasado: Como ¿no sabes? Ella
falleció hace tiempo, No era posible yo juro que ella era inmortal, ella no ha
muerto, seguro se fue con su esposo noble y fiel a dar una vueltas con la
silla de ruedas que le compro, seguro que vendrá más tarde y estará sentada en
el mismo lugar; Pues no, todos lloramos su partida me dijo mi madre, don
francisco su esposo está de luto, lleva la cara sollozada, el día del entierro
entre gritos y gemidos le suplico que vuelva tomándole la mano, “A pesar de
todo yo siempre te he querido, te amado Dioni, no me vayas a dejar, donde estas
querida despierta de ese sueño mortal, dame tu mano, ven vamos a pasear por las
capillas del pueblo donde te conocí, ya arreglé el carrito de ruedas, porque no
bienes, acaso ¿has dejado de quererme?, hay dolor… hay dolor…”
Es
cierto, me he sentido vacío estos días, y no encuentro motivos para volver al
pueblo aquel, me he tomado un espacio de líneas para recordarle, seguro ella lo
leerá y me dirá: ¡Kendy! Como has estado, te veo más grande, seguro te portas
muy bien, ¿Cuántas novias has tenido?, ¿eres un hombre valioso?, ¿eres
codiciado?, háblame de tus historias, que lugares as conocido, donde has de
parar muchacho, te he visto desde muy pequeño, y con razón; con razón, ya
he muerto Kenny… Kendy…
***Fin***
En memoria de una vieja
muy vieja amiga Q.E.P.D.
PD: *Su nombre real no
es Dionica