31 de enero de 2013

Ciudad, Sexo y Paz I

Son las 3:30 de la madrugada, voy caminando por la quinta o sexta cuadra de la calle Fuente Ferrero, pasaje rodeado de jardines con verde pasto,  ficus, calles pegajosas, mezcla de perdición y esperanza, zapatillas colgadas, botellas vacías, muros pintados meados y el viejo oxidado teléfono solitario en la esquina, la noche está caliente, no siento frio y un par de putas fuman cigarrillo, un caramelo de limón que juega en mi boca con menudos golpecillos en los dientes y chasquidos de los labios secos, Pero… Que inútil el perro me ladra entre babas colgantes y ojos ceñidos, gracias por hablarme, me sentía solo, pero que cojonudo el cuatro patas, no saques el hocico por la rendija, una piedra o mi zapato Caterpillar podría darte un beso con punta de acero. Falta mucho para llegar,  carajo me suda la entrepierna cuando tengo que utilizar las patas y latear para exportarme dos kilómetros hasta la botica Santa Lucia, esta noche virgen con dulce panorama, putas al paso, motocicleta fugaces como bala, como aire, vivo en el barrio más feliz del mundo, todos chupan, jaranean, tonean, fuman, tiran y tiran calzones sucios a las veredas, que viva esta migaja de mierda mierda mierda una y otra vez, una y otra vez, ¡hurra!.

Ayer el viejo Barbas que es inquilino de la Godofreda que es la dueña de la casa donde vivo; estaba recitando una copla de las noches pajeras, solitarias, pero más sucio el Viejo Barbas; quiere robar la rosita de la Godofreda, la sueña, la aclama húmedo y sediento, uno de estos días la va violar-eso si no lo desaloja- ¡Uy! para fumando porongos en la habitación 23, por poronguero jalón; hace un mes los tombitos se lo llevaron  entre jalones,  a galopas y gritos, bruscos insultos que rechinan en los pasadizos y al día siguiente volvió cantando malagueña, pero ya no es noticia, no es la primera vez, El Viejo Barbas así como lo ven Canoso, gordo, agarrado con los ojos hundidos, como chino malogrado o ajo con azúcar y ojos más rojos que desvelado; es buena gente, se cree médico y sale todos los días a las siete de la mañana vestido de doc. Con unos zapatos blancos y el pelo bien peinando, pegado y brillante, toma su quinua donde la Margarita en el paradero y sabe Dios donde se pasea todo el día este ángel gordo y pajero, uno de estos días lo voy a seguir y voy a descalatear su secreto.

Voy llegando al cruce de la calle Paramo Sainz, ¡hay… Paramo Sainz! en esa esquina las putas recitan poemas que entre álgidas palabras seducen las sirenas y toman la debilidad masculina por un poco de dinero, esto parece mercado con todo tipo de carne y el carnicero—que son los dueños de la calle-ofrecen carne te do tipo como de pescado fino, carne de ternera, de vaca vieja, de mula, burro, chancho, de viejas de tiernas, de locas, delgadas, travestis, etcétera, más tarde va oler a limón, a restos de mercado con cebollas y tomate en-moscado, ya me conocen los del barrio La Tablada—así se llama este sitio— siempre me dicen oye Cuñao tomate un polvito pues causa, veinte Luquitas y ocho la chupada, pero soy asquiento a consumir cuerpo vendido, resbaladizo, maloliente, además no soy cachero pues, pero los policías creo que sí, siempre bajan en grupos a ser rondas, vigilias, pero que rondas, que vigilias, a eso de las cuatro de la madrugada; aparecen aparentemente malos por sobornarlos desayunan su desfogue entre el crepúsculo tibio y así son felices todos, tombos cacheros, políticos libres y rateros y el pueblo ni que decir.

Vivo por aquí desde hace tres años, también me doy algunas fumadas de vez en cuando pero de las buenas, hay que delirar un rato entre las piedras flotantes y bosque de estrellas amontonadas entre mi cama y el techo, soy un poco romántico, la Godofreda cada vez que lavo mi ropa en la azotea siempre me para diciendo y proclamando hijito cuando vas a dejar este barrio que está cada vez más jodido, tu no perteneces aquí muchacho crespo, flaco, alto, ojos marrones, los chicos son muy libertinos y ociosos te van a insinuar para que pruebes esas sustancias extrañas y vas a tener problemas mentales, pero que conchuda doña Godita, cree que no me doy cuenta, anoche no más la vi comprando tres paquetillos al flaco Gorgi, en fin me gusta y me apacienta esta vida liberal, sin riendas, sin permisos, se vive como quieres, nadie te controla, nadie te reprocha, si me voy de aquí será cuando me aburra quizás, con mis 24 años estoy más feliz que ninfómana grabando pornografía en vivo.

Me he agripado, se me han tupido las fosas nasales y voy en búsqueda de un analgésico, faltan dos cuadras para la botica Santa Lucia, no hay mucho tráfico esta noche, está un poco silenciosa y tranquila, ya he dejado la Esquina del puterio atrás, aquí los carros a esta hora vuelan a cien por hora, las basurillas vuelan y las llantas queman rosando la autopista, claro parece vacío las calles pero si una presa deambula los choros salen de los huecos como ratas, como lagartos, caimanes, para descuartizarlo y robarle hasta el moco seco de la nariz. Hay un grifo junto a Santa Lucia y en la entrada hay un grupo de ¿Geys?, ¿son maricones?, está un poco oscuro, que hacen cabros y arrepentidos por aquí, yo no los conozco, no hago amigas locas, haber… son como cuatro o cinco, ¡ha! Son cinco. Hacen sonidos de golpes mis zapatos, parecen palmadas y chasquidos en la pista, voy cruzando para Santa Lucía, esta botica siempre para abierta en las noches entera como guardianas que nos cuidan del mal, de las enfermedades y atiende la tía Fiorela, vende más de cien kilos de preservativos por semana, de día está cerrada, claro quien tira de día con este calor de mierda y son los condones y pastillas anticonceptivas que más se venden por los mil burdeles que me rodean, además no tiene competencia, la Tía Fiorela paga un cupo especial a los matones para que hagan abortar al instante a  la competencia antes de nacer, la vieja pendeja entonces hace su monopolio con el prostíbulo La gata que está a espaldas de la casa donde vivo y las putas de la calle Paramo Sainz, negocio redondo, sin agua no hay vida sin sexo tampoco—así es la nota aquí—bueno si son cabros los que están ahí cuchicheando, confirmado.

Hasta la mano me suda, tanto guardarlo en el bolcillo, hay que tocar la ventanita de botica, si no me curo voy a agonizar y más tarde el deber de trabajar me llama y me exita, hay que tocarle el timbre mugroso de la Botica Santa lucia que de Santa no tiene nada, una casa pintada de blanco en fachada, rejas típicas, puerta rechinante al abrir, piso en loseta y mil medicamentos entre los andamios con olor y aroma a hospital, alcohol, jeringas, pastillas, jarabes, anestesia, aguja, etcétera. La tía Fiorela es una doctora de 38 o 39 años, es una mujer con pelo ondeado y pecosa, tiene los pechos más grande que haya visto en todo  La Tablada, es soltera la tía—solterona diría yo—siempre la están cortejando los basureros del barrio pero ninguno acierta, ninguno es el Becker, ninguno es el quijote, todos están sedientos y hambrientos de esos senos inmensos y pecosos, uno de estos días va caer entre los brazos de algún vagabundo y morboso, mañoso de los tantos que llueven en su botica, Siempre sonríe como que no sonríe, así siempre atiende a sus clientes, como quien quiere, como quien no quiere, como dándole alas, como escupiéndole, ni tan amargada, ni tan regalada, debe ser su secreto. ‘buenas señora Fiorela, me da una pastilla para la gripe’, ‘inocente chibolo, pastillitas para la gripe dices’ ‘algo muy fuerte y efectivo’ ‘¡carambas!, pobrecito caracho, estas resfriadito o estas calientito como una tetera hirviente’, ¿Ya ven?, hace lo mismo con todos, así los seduce hasta a los chibolos de quince y a la hora de la hora ni moscas haciendo cosquillas, nadie puede con este caldo, con esa pera, con este trasero redondo, esos senos relucientes ‘Hay tienes, son dos soles no más’ ’ahí tiene gracias’, pero que coqueta la tía, con cara de puta, con razón tiene rojitos a todo el mundo, ya estoy acostumbrado, yo no le hago caso no más, o sí.

El hippie Alberto es un extranjero,  gringo, zapatonudo, ojos celestes, piel delicado, flaco y maloliente, asqueroso, callado y flojo, él vive en el  5 de la casa donde vivo, es también otro fumon, es un fumadero la casa donde vivo, pero los inquilinos siempre tienen algo especial, el Viejo Barbas, Godofreda la dueña, y ahora este gringo hipie que llego hace 8 meses a al barrio, su especialidad es la seducción, las colegialas terminan con él, es adicto a sexo, siempre tenemos que escuchar ecos de su habitación temblorosa, gemidos al cielo, congoja desesperada, palmadas o lapos, cama rechinante, quejona, claro, hagamos el amor y no la guerra, hagamos el amor con jovencitas, cuarentonas y viejas, esa es su especialidad. Parece que todos creen que yo soy un joven pasivo, callado, humilde, timido, ayer me invito un almuerzo el hippie Alberto y me dijo con su voz fuertona y arrastrada ‘yo te puedo conseguir una muchacha buena ¡oh! Muy buena, carajo esta es la mejor vida del mundo, del universo’ lo especial es que tiene un álbum viejo con pasta de delfín—en una ocasión me la enseñó—todas las fotos son las chicas con quien ha hecho el amor y no la guerra, morenas, rubia, feas, altas, bajitas, ancianas. Siempre para alegre, es vacan, tiene química perfecta con todo el mundo, nadie le jode y tampoco jode a nadie. Algo más, también quiere la florcita de la Godofreda.

La calle esta vendada, las ventadas en los edificios están algunas prendidas y otras apagadas, muchos están enredados entre sueños y algunos son insomnes y siempre he dicho que este lugar es muy especial, aquí hay puterios de lujo, de mala muerte, esquinas baratas, hospital, botica con una enfermera de pechos inmensos, locos deambulantes, choritos tiernos, hippies en-regocijados, es brillante esta noche como todas las noches, es como oir una melodía dulce al compás de los grillos en el jardín, en las veredas rotas, en las ventanas sucias con zumbidos de los sancudos angustiados, con el sonido de los autos bala, entre un suspiro de miradas, entre putas en las esquina del Páramo Sainz y Santa Lucia, entre el Flaco Gorgi y su mochila y el viejo impotente que saco a patadas a su mujer y chanco la puerta de madera dando el golpe de furia, basta y hasta el ‘aquí nomas’, basta mujer este mundo es el anticristo vivo; la melodía sigue cautivo como la manzana que rebalsa en jugo cuando la muerdes, fresca y helada, la nicotina agria, la melancolía viva, habitaciones inquietas, habitaciones solas muy solas, amantes tercos, cuerpos desnudos, compañeras dulces, tiernas, soledades rugientes. ¿No les he hablado de doña Gracia?, doña gracia es buena, es sencilla, manos de pesebres finos, arrugados, ojos infinitos, sonrisa imborrable, lagrimas tristes, bastón acurrucado en las palmas cansadas, es  doña Gracia. Termina la melodía tranquila, y de nuevo en la esquina Paramo Sainz olor a sexo mojado.

Doña Gracia me conto que está aquí desde hace quince años, junto mucho dinero que por vieja me dijo que no vale la lujuria porque los años son pesados, su marido murió cuando tenía cincuenta, llenaron un chancho de plata para que viajaran don Mauricio y ella a una playa dorada en Carolina del Sur de Estados Unidos, un lugar extraño que se llama Cypress Garden, con pasajes de plátanos muchos plátanos, que fueron sueños rotos, Don Mauricio murió en una motocicleta, a los cincuenta viajarían a ese rincón del mundo para morir abrazados, tenían mucho dinero, jamás tuvieron hijos ni parientes, era estéril su viejo enchibolado, Doña Gracia también consume drogas, no lo niega, gasta plata del chancho de barro, tiene una guitarra vieja que aprendió a tocarla hace 4 años, ella dice que Mauricio esta entre las cuerdas finas, con un poco de sal, limón y una fumada intensa, aparece entre las sabanas grises o por la ventana que da a la pared del otro edificio, Doña gracia no para de hablar, siempre está hablando de su esposo fallecido, hay doña gracia, él ya está muerto, no, él no está muerto, el mundo está muerto y fingimos ser felices para esconder la ignorancia y las ganas de dormir que envuelve al ser humano. Pobre doña Gracia en las noches de cuando en cuando toca la vieja guitarra y canta con la voz cansada y gastada…
Continua…

27 de enero de 2013

Algo cotidiano I

Una mujer es distinta, demasiada distinta al instinto masculino, una diferencia clara, concisa y fronterizos hasta un punto exacto y es notable cuando lo examinas desde todos los ángulos. Pasaba por una calle sofocada, congestión vehicular, armonía desamortiguada y chancada, tonos desafinados y brutos ruidos de las bocinas empalagosas, carros, motos, etcétera y con la fuerte pitada montada en una motocicleta la policía mujer detiene a un vehículo y le invita al conductor que es un tipo medio obeso, trigueño y pelo lacio; hacia la derecha.

Ella se acerca—yo estoy observándolo todo desde más allá—el chofer muy mañoso, vivaz, vacan le intenta sobornar, quiere hacerle una propina a la mujer policía, que creen, ¿ella recibe la coima?, ella se siente burlada, lo noto en sus ojos, ella quiere vomitar en ese momento, si pudiera dispararle le dispara, porque ella se siente prostituta que es fácil de comprar y si le dice a viva voz, delante de sus inocentes pasajeros: ¿Crees que soy puta para poderme comprar?, el tipo sudoroso, camisa manchada se ha vuelto trigueño y rojizo, de hecho es la vergüenza más grande, los transeúntes—yo también—se alarman y se detienen para ver qué pasa, porque la curiosidad es contagiosa. Ella toma su radio y llama patrulleros, él no se queda atrás, no podría hacerlo, no tienes los documentos necesarios y trata de calmarla y busca manera para que pueda entenderlo, todavía cree que puede sobornarla o poco más le dice: Señorita discúlpeme, trabajo, tengo tres hijos y necesito solventar gastos, pero, pero a mí no me consta, ni a mí, ni a la mujer policía.

Estaba vacan, vivas y popular, poco vulgar y ahora se quiere arrodillar. Llega los patrulleros y la gente está amontonada, algunos transeúntes recién llegan hacia la muchedumbre y preguntan qué pasó que pasó—típico—, y otros les responden, no sé, creo que hubo un atropello y así se esparce el teléfono malogrado, pero eso a mí no me interesa, lo que me interesa es: ahora que pasara, pues ya saben el final, llega el patrullero, baja otro policía con uniforme y gafas negras, hace bajar a los pasajeros del carro reprensible y le dice al conductor: sígueme hasta la comisaria; Pero señor no hice nada malo, se defiende el chofer angustiado, nervioso, por Dios el ya no sabe qué hacer, sabe lo que le espera y el policía le dice eso explícalo y demuéstrelo a mi mayor. 

Si estuviéramos en Norteamérica, la muchedumbre debió aplaudir la valentía de la mujer policía que se hizo respetar, pero estamos en Perú causita y empiezan a rajar todo el mundo, hay que mala esa policía, está bien carajo, seguro es un ratero, hay mujeres mujeres carajo-yo tambien estoy diciendo eso entre mí- y otros rumoreos extremos, exagerados: Hubo accidente pero creo que ya no hay nada, ya se llevaron al cadáver, quedo herido, Hay Dios, Hay Dios mejor vamos a tomar una gaseosa este calor me está abrigando mucho y estamos en verano.

23 de enero de 2013

La vieja amiga de la vieja esquina

Yo había tenido la gentileza de acostumbrarme a su fragante y animosa voz cuando pronunciaba mi nombre, me decía ¡Kendy! enano cuando serás grande, hay este pequeño cuando sea grande será obediente y buen hombre, ágil y codiciado, siempre comentaba eso a sus amigas una y otra vez; pero lastimosamente no fue así, tal vez ahora  no soy muy ágil en los problemas ni mucho menos soy codiciado o quizás no soy grande todavía; pero me consta recordar que siempre me hizo sentir bien, siempre la veía en la misma esquina, sentada en un asiento de barro achancado, a veces en la puerta de su casa-que era esa esquina-y otras veces al frente donde llegaba los rayos y el calorcito fresco del sol cada mañana, la gente del pueblo ya la conocía, ella siempre estaba en el mismo lugar todos los días a cada hora y detrás de todo esto se preguntaran que hacia una mujer alentadora en la esquina, no vaya ser una loca que ha agarrado esa manía, no, no es así, no, no es así.

Ella sufría de una enfermedad, nunca supe de qué se trataba ese mal, solo sé que no podía caminar, su esposo era un buen hombre, a pesar de su enfermedad siempre la siguió amando como a ninguna, él le sacaba entre sus brazos a fuera a esa esquina donde siempre estaba, una vez, le compro una silla de ruedas para poder ir a otros lugares, recorrer sitios, por donde alguna vez una entusiasmada y angustiada muchacha podía correr con los cabellos sueltos y largos, sonriente y menuda, sencilla, angelical, enamoradiza. Nunca vi que se aborrecían de ella, sus hijas-que no recuerdo cuantas- frecuentemente la acompañaban siempre a todas partes, a las fiestas del pueblo, de otros pueblos, en las tardes los muchachitos deportistas utilizaban de canchita de futbol la plazuela junto a esa esquina, los vecinos le acompañaban también, yo era niño esos tiempo apenas sostenía 10 u 11 años sobre mí, es cierto no me gustaba el futbol pero tenía una bicicleta de 21 cambios y salía a dar vueltas para sustentar mi infancia, debía de tener infancia. 

Yo la veía con mi cara de inocente niño, la veía carcajear alegre, escuchaba que hablaban de esas típicas charlas picarescas que se daban esos tiempos y hacían inolvidable a esos detalles. Cuando los tiempos cambiaron y ya yo utilizaba zapatos de talla 38 39, el mundo ya había sufrido metamorfosis el pueblo ya no era muy habitada los vecinos en-regocijados tomaban otra casa en la ciudad como la casa principal y la del pueblo pues era como las casa de campo, los niños ya no jugaban en la plazuela, esos gritos que salía entre polvo de tierra y sudor en los partidos de futbol se había disipado, pero lo que no había cambiado era ella, ella seguía con el mismo aliento: Kendy! Como has crecido hijito, ya eres todo un hombre, tienes zapatos grandes y la voz más gruesa, ¿ya tienes una novia? Decía ella con la voz armonios, apaciguada y sobre todo como si fuera recitando un poema de ‘aliento’, Yo sí, recuerdo que a esas fechas cuando tenía quince años si tenía enamorada, la primera claro.

Yo me preguntaba que paso con el pueblo sencillo, donde está la alegría de antes, veía perros chuscos paseando por la esquina y moscas chirreando, Pero había algo rescatable dentro del contexto el cual se me había presentado, algo muy curioso e interesante, yo ya no andaba con una bicicleta de 21 cambios, ahora andaba con una motocicleta marca Senda 250 y pare en la esquina para charlar con ella, hacía tiempo que no la veía, de pronto alguien paso y le dijo: “Como esta doña Dionica, buen día para usted, mi compadre Alberto no ha llegado a casa y me tengo que ir a la ciudad, si lo viera llegar por favor, por favor dígale que no olvide echar la comida a las aves ”, Ella en cierto modo ya se había acostumbrado a guardar recados, se había convertido en una gestora, en un medio de comunicación especie de mensajera, pero nunca dejo la sencillez, ya pintaba arrugas su carita ángel, sonriente y chimuela poco despeinada.

La última vez que la vi fue hace un año, jamás dejo la esquina, era como su casa, su casa era el asiento achancado de barro, la plazuela y el pueblo, seguía recibiendo recados, cuando me acerque a ella; Bien alegre ella me decía: ¡Kendy! Mírate nada mas ahora si eres muy grande, te vi muy pequeño como a un grano de trigo y te as convertido en todo un galán, es cierto, con razón estoy envejeciendo, mírame soy la vieja que te vio crecer y has caminado tanto que pudiste darle vuelta al mundo y yo siglo clavada en este obsceno lugarcillo de soledad, cuéntame como estas, donde estas estudiando, que es de tus padres cuéntame ¿cuándo volverás de nuevo?, que mágica doña Dioni, siempre con la misma voz y su misma expresión, sus gestos sinceros. Después de una larga charla la deje sentada, mientras me alejaba el pueblo se hacía pequeño y crecía en sentimiento, una dócil y hermosa mujer de avanzada edad con un bastón de madera fina junto a su ventana, su vestido colorido y opacado, sus ojos en frunces agitadas con el tiempo, le dije adiós.

 De hecho debí volver a verla siempre angustiado, esperando sus loas de ánimos, ¡Kendy! Hijo mío, esos ánimos inmensos que hacen de tu personalidad una cuna de seda o paja que conforta tus sentidos, tu tranquilidad, siempre hay personas que estiman tu prudencia, tu amistad, Pero ha los 19 años cuando fui a buscarla ya no la encontré, cuando pregunte qué había pasado: Como ¿no sabes? Ella falleció hace tiempo, No era posible yo juro que ella era inmortal, ella no ha muerto, seguro se fue con su esposo noble y  fiel a dar una vueltas con la silla de ruedas que le compro, seguro que vendrá más tarde y estará sentada en el mismo lugar; Pues no, todos lloramos su partida me dijo mi madre, don francisco su esposo está de luto, lleva la cara sollozada, el día del entierro entre gritos y gemidos le suplico que vuelva tomándole la mano, “A pesar de todo yo siempre te he querido, te amado Dioni, no me vayas a dejar, donde estas querida despierta de ese sueño mortal, dame tu mano, ven vamos a pasear por las capillas del pueblo donde te conocí, ya arreglé el carrito de ruedas, porque no bienes, acaso ¿has dejado de quererme?, hay dolor… hay dolor…”

Es cierto, me he sentido vacío estos días, y no encuentro motivos para volver al pueblo aquel, me he tomado un espacio de líneas para recordarle, seguro ella lo leerá y me dirá: ¡Kendy! Como has estado, te veo más grande, seguro te portas muy bien, ¿Cuántas novias has tenido?, ¿eres un hombre valioso?, ¿eres codiciado?, háblame de tus historias, que lugares as conocido, donde has de parar muchacho, te he visto desde muy pequeño,  y con razón; con razón, ya he muerto Kenny… Kendy…
***Fin***

En memoria de una vieja muy vieja amiga Q.E.P.D.
PD: *Su nombre real no es Dionica
 
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