15 de julio de 2012

Ella Y El Sable

Yo la miraba desde sus espaldas y ella sentada  miraba la ventana, el cielo y la ciudad; quería tocarla o al menos hablarle y cuando supuse con mis ojos cerrados que la besaba sobre un pantano de chocolate ahumado, escuche  el salpicado de unas olas al viento como las playas veranezcas de algún lugar desolado.

Me temblaba los hombros y se me encogía el alma, cuando abrí mis tupidos ojos ella me estaba mirando, se había puesto de pie después de estar sentada junto a la ventana, entonces yo  ya no miraba sus espaldas, sino miraba sus dos enormes victorias, sus dos maravillas, es decir, miraba sus miradas dormitadas con sus cejas encorvadas y sus labiales enmeladas, no quise de nuevo cerras mis ojos, porque esta vez no la besaría los labios, sino le besaría el cuerpo entero, sin darme cuenta mis labios estaban despegados y con mi boca abierta el desaliento me castigaba, mis pulmones se quejaban mientras ella caminaba hacia mi sobre una alfombra de cátedras romanas mientras el viento tartamudeado acariciaba mis huesos intimidados.

Ella estaba cada vez más cerca, cuando ella caminaba sus cabellos flotaban como cataratas de humo y ceda en un desfiladero de fondo desenfocado, los tambores de mi alma aceleraban el redoble de la colisión final que me aligeraba el alma para arrojarme  sobre sus brazos y su figura, a un milímetro de ella y de sus corpiños oí sus fragancias  desde el castillo de mis guardianes olfativos y aspire el antídoto seductor de su cuerpo bañado y perfumado, mis piernas no respondían y en mi estómago las mariposas danzaban como queriendo salir deslumbradas ellas, para para entonarme el adiós de los adioses.

Lleve mis manos hacia mi abdomen para tranquilizarlas y entonces me di cuenta que ella me había acribillado con un sable de marfil que traía en mano y que antes no lo había notado por mirar sus miradas dormitadas, cogí mi sangre y lo embarre en mis manos, baje la cabeza y estire mis dedos ahogados, ella me acaricio para mirarla nuevamente y ensamblo  otro golpecillo más sobre mis mariposas danzarinas y entonces caí arrojado sobre las rojas alfombras de cátedras romanas, no lo creía, ella me había asesinado con sus manos de porcelanas pulidas, con su alma de cristal y su cruel mirada tentadora. Que injusto es el destino, yo me enamore de ella  y quería amarla, pero no me di cuenta que ella traía consigo un sable para matarme y me mató. Pero todo era un sueño y por fin desperté.
 
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