Yo
la miraba desde sus espaldas y ella sentada miraba la ventana, el cielo y
la ciudad; quería tocarla o al menos hablarle y cuando supuse con mis ojos
cerrados que la besaba sobre un pantano de chocolate ahumado, escuche el
salpicado de unas olas al viento como las playas veranezcas de algún lugar
desolado.
Me
temblaba los hombros y se me encogía el alma, cuando abrí mis tupidos ojos ella
me estaba mirando, se había puesto de pie después de estar sentada junto a la
ventana, entonces yo ya no miraba sus espaldas, sino miraba sus dos
enormes victorias, sus dos maravillas, es decir, miraba sus miradas dormitadas
con sus cejas encorvadas y sus labiales enmeladas, no quise de nuevo cerras mis
ojos, porque esta vez no la besaría los labios, sino le besaría el cuerpo
entero, sin darme cuenta mis labios estaban despegados y con mi boca abierta el
desaliento me castigaba, mis pulmones se quejaban mientras ella caminaba hacia
mi sobre una alfombra de cátedras romanas mientras el viento tartamudeado
acariciaba mis huesos intimidados.
Ella
estaba cada vez más cerca, cuando ella caminaba sus cabellos flotaban como
cataratas de humo y ceda en un desfiladero de fondo desenfocado, los tambores
de mi alma aceleraban el redoble de la colisión final que me aligeraba el alma
para arrojarme sobre sus brazos y su figura, a un milímetro de ella y de
sus corpiños oí sus fragancias desde el castillo de mis guardianes
olfativos y aspire el antídoto seductor de su cuerpo bañado y perfumado, mis
piernas no respondían y en mi estómago las mariposas danzaban como queriendo salir
deslumbradas ellas, para para entonarme el adiós de los adioses.
Lleve
mis manos hacia mi abdomen para tranquilizarlas y entonces me di cuenta que
ella me había acribillado con un sable de marfil que traía en mano y que antes
no lo había notado por mirar sus miradas dormitadas, cogí mi sangre y lo
embarre en mis manos, baje la cabeza y estire mis dedos ahogados, ella me
acaricio para mirarla nuevamente y ensamblo otro golpecillo más sobre mis
mariposas danzarinas y entonces caí arrojado sobre las rojas alfombras de cátedras
romanas, no lo creía, ella me había asesinado con sus manos de porcelanas
pulidas, con su alma de cristal y su cruel mirada tentadora. Que injusto es el
destino, yo me enamore de ella y quería amarla, pero no me di cuenta que
ella traía consigo un sable para matarme y me mató. Pero todo era un sueño y
por fin desperté.